Si no es un eructo tamaño dinosaurio,
es un pedo tipo bomba atómica. Si no es un partido de tenis, rugby o
fútbol la escusa para gritar delante del televisor, es una de las
tropecientas películas con el sonido estilo
THX-destrozo-tus-tímpanos que mis padres acostumbran a ver a diario.
O una serie americana en la que parece obligatorio reírse
sobrepasando los decibelios que un oído humano es capaz de soportar.
O las interminables charlas con las gatas en la cocina, que está
pegada a mi temporal alcoba, como si éstas entendieran castellano
mientras los ruidos de cacerolas, tapas y cubiertos sobre platos de
cristal llenan mi mente cada segundo de molesto ruido y del cual yo
parezco incapaz de poder aislarme, siquiera para poder leer un
artículo, ¡qué cojones! , unas líneas del suplemento literario de
El País.
O, tal vez, son las estúpidas
discusiones que tienen desde que despunta el sol hasta que se oculta
sobre temas tan típicos como absurdos tales como la eterna rivalidad
por el mando a distancia o quien ha pagado la factura del
supermercado o al butanero y cuanto se deben reembolsar para
equilibrar la convivencia económica de este absurdo ex-matrimonio
que (desengáñense de un vez), en realidad, no pueden vivir el uno
sin el otro. Los increíbles alaridos de mi madre si se le vuelca una
gota de té, ¡coño, ma, solo es té, no un humano cayendo por un
precipicio sin fondo!. Los tronadores insultos al aire de mi padre si
no encuentra su cucharilla para el café. Otra vez los gritos de mi
madre si vuelve a casa de trabajar y alguien se ha olvidado de
comprarle helado ahora que llega el calor. Más gritos si mi padre se
está preparando un suculento tentempié y Mina, mi gata, lo acecha
sin descanso hasta obtener un trozo de queso o de jamón, ¡joder, no
le des un poco de todo lo que comes y ella no irá desesperada cada
vez que oiga tus andanzas cerca de la nevera!. Cerrar los armarios de
la cocina con la fuerza de mil titanes. Colocar una taza sobre la
mesa en plan ¡eh, aquí estamos mi taza y yo haciéndole la
competencia a Thor y su poderoso martillo! No entiendo cómo no se
rompen, deben estar hechas de adamantium.
Y es que haber vuelto a casa de mis
padres para refugiarme de la crisis le está costando muy caro a mis
ya de por si hechos polvo nervios. Lo más seguro es que el problema
lo tenga yo, al fin y al cabo soy yo la que ha venido a su hogar y no
ellos al mío.
Pero incluso en mi casa, en la peor
época, habiendo vivido una temporada con tres gatos y dos perros que
me destrozaban la vida más una relación tormentosa que terminaba de
destrozar lo que mi zoológico personal no alcanzaba, incluso en esa
época, hallaba momentos de paz en los cuales podía sumergirme en
las página de un libro sin escuchar siquiera el aleteo de una mosca.
Tampoco estaba pidiendo mucho, ¿no?. Si al menos en esta casa
hubiera costumbre española de dormir la siesta con eso me bastaría,
pero no, aquí las únicas que duermen la siesta son “las pieles”.
Y ahí no acaba mi berrinche. Mis
padres no son los únicos que me dan por culo con el tema del ruido.
No. Para colmo, la Mii, encantadora pero temible gatita (una de las
pieles) que habita por estos muros, tiene la mala costumbre de exigir
sus derechos, bueno, lo que ella cree que son sus derechos, a
maullido pelado, de ese que se te mete en el oído en plan taladro
industrial hasta que, desesperada, acabas cediendo a sus caprichos.
Cedes o la matas a sangre fría. Y siempre cedes porque lo de matarla
es del todo imposible. Repito, del todo imposible pues la Mii tiene
de su lado un gran poder: el estilo de lucha ocular
“todo-en-mi-es-kawaiiiii”. Seguro que fue ella la culpable del
suicidio de Hitler.
Voy a terminar diciendo que yo no soy
una santa pues son famosos mis arrebatos de ira ante estas molestias.
No es que oiga un pedo y salte a la yugular, lo hago cuando he
sobrepasado el límite de flatulencias que un ser puede aguantar.
Aunque entrar en modo berserker es del todo inservible ante mis
padres y os diré por que: el reacciona riéndose y ella pone su cara
de “ pobrecita mi hija que enfermita está” (no voy a explicar
esto último pues es muy largo de contar y no tengo ganas),
consiguiendo desinflarme a base de hacer que me sienta impotente, de
media vuelta y me meta en mi cuarto a morderme las uñas cuanto
menos.
P.D.: ¡Y la obra de enfrente también
puede irse a tomar por culo! Llevan meses para construir un puto
edificio de cinco plantas, ¿es que les pagan por minutos?
3.4.2011