
Algunas veces,
cuando los vientos cambiaban la dirección de sus cantos,
Fúria se sentaba en el alféizar del recuerdo.
Mientras Órcifer preparaba un delicioso té de alas de avispa,
ella se impregnaba de las imágenes que formaban
la tormenta de su olvidado pasado.
Las Máugolas, siempre en sintonía con su corazón,
bajaban de lo alto de la Torre de Hielo
para calentar el regazo de la joven herida.
Acompañando su forzosa tortura, volvían a cantar los vientos:
cuando los vientos cambiaban la dirección de sus cantos,
Fúria se sentaba en el alféizar del recuerdo.
Mientras Órcifer preparaba un delicioso té de alas de avispa,
ella se impregnaba de las imágenes que formaban
la tormenta de su olvidado pasado.
Las Máugolas, siempre en sintonía con su corazón,
bajaban de lo alto de la Torre de Hielo
para calentar el regazo de la joven herida.
Acompañando su forzosa tortura, volvían a cantar los vientos:
Érase una vez, un lobo y una pantera
que se amaron con desesperada locura;
érase una vez que distintas especies
convivieron en paz y armonía;
érase una lágrima resbalando
de una tierna y sonrosada mejilla;
érase un cuento de hadas
convertido en aterradoras cenizas.
Y tras entonar con invisibles palabras los recuerdos
que ella era incapaz de articular con su propia voz,
acariciaban sus negros cabellos con invisibles manos
esperando una orden para poder seguir su camino.
que ella era incapaz de articular con su propia voz,
acariciaban sus negros cabellos con invisibles manos
esperando una orden para poder seguir su camino.
Extraído del Libro de Cantos de la Torre de Hielo